lunes, 24 de octubre de 2011

La Loba - Gonzalo Rojas

Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles,

un ángel  ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.


Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.


Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.


Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te ví venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.


Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.



domingo, 23 de octubre de 2011

Ventana Ciega - Chela Reyes

Ahí donde agoniza está mi nombre
en la salvaje soledad despierto,
con una estrella de afiebrada lumbre
alimentada en un fulgor eterno
y la ebriedad de un ignorado vino,
rendido al borde de un final deshecho.

Con un amor quemando mi espesura,
lampo de luz y arrebatado cielo,
aprisionada vivo en aventura
y en la raíz de su pasión, me muero.
Clavada voy en un temblor divino
como una flecha en su costado abierto.

Pero una voz que la pasión no entona,
pero una luz que el resplandor no inflama,
pero un gemido que en el mar no llora,
pero un calor ardiendo sin la llama,
¡pero una mano con una paloma
sin el brazo y la curva de las alas!

Pero tu amor gritando sin sonido,
pero mi amor llorando sin tu almohada,
pero el cielo cayendo en mis sentidos
con su ramo de estrellas incendiadas.
Abro llorando mi ventana ciega,
beso tu oído y parto hacia la nada.

Romance de La niña del río - Chela Reyes

Atravesado de espasmos
su blanco cuerpo reposa.
Tras la cortina de juncos
pausada viene la ola
Y por el río de seda
La blanca flor se deshoja.
¡Cómo le brillan los ojos
en un alarde de joyas!
¡Como le tiemblan los brazos
y en su comienzo de sombra
una llama de oro vivo
arde, sin quemar la forma!
¡Cómo le tiemblan los muslos
y en su comienzo de sombra
la llama tibia de un beso
arde, sin quemar la rosa!
La ha dejado cara al cielo
el amador en la huida,
nadaron intensamente
en tibio mar de delicia,
y con los brazos abiertos
mientras la tarde se triza,
queda en la playa de oro
la blanca flor en fatiga.



miércoles, 19 de octubre de 2011

El Mar - Gabriela Mistral

-Mentaste, Gabriela, el Mar
que no se aprende sin verlo
y esto de no saber de él
y oírmelo sólo en cuento,
esto, mama, ya duraba
no sé contar cuánto tiempo.
Y así de golpe y porrazo,
él, en brujo marrullero,
cuando ya ni hablábamos de él,
apareció en loco suelto.

Y ahora va a ser el único:
Ni viñas ni olor de pueblos,
ni huertas ni araucarias,
sólo el gran aventurero.
Déjame, mama, tenderme,
para, para, que estoy viéndolo.
¡Qué cosa bruja, la mama!
y hace señas entendiendo.
Nada como ése yo he visto.
Para, mama, te lo ruego.
¿Por qué nada me dijiste
ni dices? Ay, dime, ¿es cuento?

-Nadie nos llamó de tierra
adentro: sólo éste llama.
-¡Qué de alboroto y de gritos
que haces volar las bandadas!
Calla, quédate, quedemos,
échate en la arena, mama.
Yo no te voy a estropear
la fiesta, pero oye y calla.

¡Ay, qué feo que era el polvo,
y la duna qué agraciada!

-Échate y calla, chiquito,
míralo sin dar palabra.
Óyele él habla bajito,
casi casi cuchicheo.

-Pero, ¿qué tiene, ay, qué tiene
que da gusto y que da miedo?
Dan ganas de palmotearlo
braceando de aguas adentro
y apenas abro mis brazos
me escupe la ola en el pecho.
Es porque el pícaro sabe
que yo nunca fui costero.
O es que los escupe a todos
y es Demonio. Dilo luego.

Ay, mama, no lo vi nunca
y, aunque me está dando miedo,
ahora de oírlo y verlo,
me dan ganas de quedarme
con él, a pesar del miedo,
con él, nada más, con él,
ni con gentes ni con pueblos.
Ay, no te vayas ahora,
mama, que con él no puedo.
Antes que llegue, ya escupe
con sus huiros el soberbio.

-Primero, óyelo cantar
y no te cuentes el tiempo.
Déjalo así, que él se diga
y se diga como un cuento.

Él es tantas cosas que
ataranta a niño y viejo.
Hasta es la canción de cuna
mejor que a los niños duerme.
Pero yo no me la tuve,
tú tampoco, mi pequeño.
Míralo, óyelo y verás:
sigue contando su cuento.





Valle de Elqui - Gabriea Mistral

Tengo de llegar al Valle
que su flor guarda el almendro
y cría los higuerales
que azulan higos extremos,
para ambular a la tarde
con mis vivos y mis muertos.

Pende sobre el Valle, que arde,
una laguna de ensueño
que lo bautiza y refresca
de un eterno refrigerio
cuando el río de Elqui merma
blanqueando el ijar sediento.

Van a mirarme los cerros
como padrinos tremendos,
volviéndose en animales
con ijares soñolientos,
dando el vagido profundo
que les oigo hasta durmiendo,
porque doce me ahuecaron
cuna de piedra y de leño.

Quiero que, sentados todos
sobre la alfalfa o el trébol,
según el clan y el anillo
de los que se aman sin tiempo
y mudos se hablan sin más
que la sangre y los alientos.

Estemos así y duremos,
trocando mirada y gesto
en un repasar dichoso
el cordón de los recuerdos,
con edad y sin edad,
con nombre y sin nombre expreso,
casta de la cordillera,
apretado nudo ardiendo,
unas veces cantadora,
otras, quedada en silencio.

Pasan, del primero al último,
las alegrías, los duelos,
el mosto de los muchachos,
la lenta miel de los viejos;
pasan, en fuego, el fervor,
la congoja y el jadeo,
y más, y más: pasa el Valle
a curvas de viboreo,
de Peralillo a La Unión,
vario y uno y entero.

Hay una paz y un hervor,
hay calenturas y oreos
en este disco de carne
que aprietan los treinta cerros.
Y los ojos van y vienen
como quien hace el recuento,
y los que faltaban ya
acuden, con o sin cuerpo,
con repechos y jadeados,
con derrotas y denuedos.

A cada vez que los hallo,
más rendidos los encuentro.
Sólo les traigo la lengua
y los gestos que me dieron
y, abierto el pecho, les doy
la esperanza que no tengo.

Mi infancia aquí mana leche
de cada rama que quiebro
y de mi cara se acuerdan
salvia con el romero
y vuelven sus ojos dulces
como con entendimiento
y yo me duermo embriagada
en sus nudos y entreveros.

Quiero que me den no más
el guillave de sus cerros
y sobar, en mano y mano,
melón de olor, niño tierno,
trocando cuentos y veras
con sus pobres alimentos.

Y, si de pronto mi infancia
vuelve, salta y me da al pecho,
toda me doblo y me fundo
y, como gavilla suelta,
me recobro y me sujeto,
porque ¿cómo la revivo
con cabellos cenicientos?

Ahora ya me voy, hurtando
el rostro, por que no sepan
y me echen los cerros ojos
grises de resentimiento.

Me voy, montaña adelante,
por donde van mis arrieros,
aunque espinos y algarrobos
me atajan con llamamientos,
aguzando las espinas
o atravesándome el leño.






Araucarias - Gabriela Mistral

Doce son de todo tiempo
las madres-araucarias.
Cada leñador que cruza
quiere tumbar la parvada,
y halla que de la primera
mañana a la tarde canta
y hierve y bulle esta ronda
y nunca su canto para,
y las doce duran íntegras
por la gracia amadrinadas.
Cuando Dios repartió dones
y exhaló de sí la Gracia
y lento la fue exhalando
sobre el tendal de las plantas,
dicen que Él hizo a la última
la más feliz de las dádivas
y la última de todas
fue nuestra Madre Araucaria.

Desde entonces hasta hoy,
los cuatro vientos proclaman
a todo el que va cruzando
que en el País de Extremo,
en lonja apenas montada,
vive la Madre y Señora
y Patrona Araucaria.

-A ver si nos acostamos
y dormimos siesta mansa
si ella nos regala el sueño
de Jacob y la Agraciada
bajo la mirada fija
de Madraza Araucaria.

.-Niño, no sé si son veras
o no son las que te cuento,
pero yo le creo más
a gañán que a faroleros.

Tiene Juan casa tan triste
que sueña y cree en sus sueños
y cuentos crea dormido
y cuentos también, despierto.

-Mama, todo lo que vos
estás contando es un cuento?

-A veces son grandes veras
y otras, humos frioleros.

-Dame, entonces, de los dos;
pero dime si eso es cuento.

-Sigamos, el niño mío,
con el pino-sube-cielos
acordándote de que él
inventa y regala sueños.
¿A qué trocar por licores
el falerno que te dieron,
si el corazón, que es tu vino,
arde dentro de tu pecho?




Caupolicán - Rubén Darío

Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

«¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

Arauco tiene una pena - Violeta Parra


Arauco tiene una pena
que no la puedo callar
son injusticias de siglos
que todos ven aplicar,
nadie le ha puesto remedio
pudiendolo remediar
levántate Huenchullán

Un día llega de lejos
huescufe conquistador
buscando montañas de oro
que el indio nunca buscó
al indio le basta el oro
que le relumbra del sol
levántate Curimón

Entonces corre la sangre
no sabe el indio qué hacer
le van a quitar su tierra
la tiene que defender
el indio se cae muerto
y el afuerino de pié
levántate Manquilef.

Adónde se fué Lautaro
perdido en el cielo azul
y el alma de Galvarino
se la llevó el viento sur
por eso pasan llorando
los cueros de su cultrún
levántate, pues, Callfull.

Del año mil cuatrocientos
que el indio afligido está
a la sombra de su ruca
lo pueden ver lloriquear
totora de cinco siglos
nunca se habrá de secar
levántate Callupán.

Arauco tiene una pena
más negra que su chamal
ya no son los españoles
los que les hacen llorar
hoy son los propios chilenos
los que les quitan su pan
levántate Pailahuán.

Ya rugen las votaciones
se escuchan por no dejar
pero el quejido del indio
¿por que no se escuchará?
aunque resuene en la tumba
la voz de Caupolicán
levántate Huenchullán.









El Guillatún - Violeta Parra





Millelche está triste con el temporal
los trigos se acuestan en ese barrial
los indios resuelven después de llorar
hablar con Isidro, con Dios y San Juan,
con Dios y San Juan
con Dios y San Juan.
Camina la machi para el guillatún
chamal y revoso, trailonco y cultrúm,
y hasta los enfermos de su machitún
aumentan las filas de aquel guillatún.
La lluvia que cae y vuelve a caer
los indios la miran sin hallar qué hacer
se arrancan el pelo, se rompen los pies,
porque las cosechas se van a perder,
se van perder.
Se juntan los indios en una corralón
con los instrumentos rompió una canción,
la machi repite la palabra sol
y el eco del campo le sube la voz, le sube la voz.
El rey de los cielos muy bien escuchó
remonta los vientos para otra región,
deshizo las nubes, después se acostó,
Los indios la cubren con una oración,
con una oración.
Arriba está el cielo brillante de azul,
abajo la tribu al son del cultrúm
le ofrece del trigo su primer almud
por boca de una ave llamada avestruz,
llamada avestruz.
Se siente el perfume de carne y muday
canelo, naranjo, corteza e' quillay,
termina la fiesta con el aclarar,
guardaron el canto, el baile y el pan.







La Araucana - Lautaro

Lautaro:

Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,
de gran consejo, término y cordura,
manso de condición y hermoso gesto,
ni grande ni pequeño de estatura;
el ánimo en las cosas grandes puesto,
de fuerte trabazón y compostura;
duros los miembros, recios y nervosos,
anchas espaldas, pechos espaciosos.



Por él las fiestas fueron alargadas,
ejercitando siempre nuevos juegos
de saltos, luchas, pruebas nunca usadas,
danzas de noche en torno de los fuegos;
había precios y joyas señaladas,
que nunca los troyanos ni los griegos,
cuando los juegos más continuaron,
tan ricas y estimadas las sacaron.


Cuanto más que, teniéndoos a mi lado
no tengo qué temer ni daño espero;
no os dé un sueño, señora, tal cuidado,
pues no os lo puede dar lo verdadero,
que ya a poner estoy acostumbrado
mi fortuna a mayor despeñadero;
en más peligros que éste me he metido
y dellos con honor siempre he salido».
Ella, menos segura y más llorosa,
del cuello de Lautaro se colgaba
y con piadosos ojos, lastimosa,
boca con boca así le conjuraba:
«Si aquella voluntad pura, amorosa,
que libre os di cuando más libre estaba,
y dello el alto cielo es buen testigo,
algo puede, señor, y dulce amigo;
por ella os juro y por aquel tormento
que sentí cuando vos de mí os partistes
y por la fe, si no la llevo el viento,
que allí con tantas lágrimas me distes,
que a lo menos me deis este contento
(si alguna vez de mí ya lo tuvistes),
y es que os vistáis las armas prestamente
y al muro asista en orden vuestra gente».



Revuelto el manto al brazo, en el instante
con un desnudo estoque y él desnudo,
corre a la puerta el bárbaro arrogante,
que armarse así tan súbito no pudo.
¡Oh pérfida Fortuna!, ¡oh inconstante!
¡cómo llevas tu fin por punto crudo,
que el bien de tantos años, en un punto,
de un golpe lo arrebatas todo junto!
Cuatrocientos amigos comarcanos
por un lado la fuerza acometieron,
que en ayuda y favor de los cristianos
con sus pintados arcos acudieron,
que con estrema fuerza y prestas manos
gran número de tiros despidieron:
del toldo el hijo de Pillán salía
y una flecha a buscarle que venía
por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!,
rompe la cruda punta y tan derecho,
que pasa el corazón más bravo y fuerte
que jamás se encerró en humano pecho;
de tal tiro quedó ufana la muerte,
viendo de un solo golpe tan gran hecho;
y usurpando la gloria al homicida,
se atribuye a la muerte esta herida.
Tanto rigor la aguda flecha trujo
que al bárbaro tendió sobre la arena,
abriendo puerta a un abundante flujo
de negra sangre por copiosa vena;
del rostro la color se le retrujo,
los ojos tuerce y con rabiosa pena
la alma, del mortal cuerpo desatada,
bajó furiosa a la infernal morada.


Ganan los nuestros foso y baluarte,
que nadie los impide ni embaraza,
y así por veinte lados la más parte
pisaba de la fuerza ya la plaza;
los bárbaros con ánimo y sin arte,
sin celada ni escudo y sin coraza
comienzan la batalla peligrosa,
cruda, fiera, reñida y sanguinosa.
Que el joven Corpillán, no desmayado
porque su espada y mano vino a tierra
antes en ira súbita abrasado,
contra la parte del contrario cierra;
y habiendo ya la espada recobrado,
la diestra, que aun bullendo el puño afierra,
lejos con gran desdén y furia lanza,
ofreciendo la izquierda a la venganza.
Flaqueza en Millapol no fue sentida
viéndole atravesado por la ijada
y la cabeza de un revés hendida,
ni por pasalle el pecho una lanzada;
que de espumosa sangre a la salida
vino la media lanza acompañada,
dejando aquel lugar della vacío,
aunque lleno de rabia y nuevo brío:
que a dos manos la maza aprieta fuerte
y con furia mayor la gobernaba:
bien se puede llamar de triste suerte
aquel que el fiero bárbaro alcanzaba;
con la rabia postrera de la muerte
una vez el ferrado leño alzaba,
mas faltóle la vida en aquel punto,
cayendo cuerpo y maza todo junto.
Aunque la muerte en medio del camino
le quebrantó el furor con que venía,
un valiente español a tierra vino
del peso y movimiento que traía,
mas luego puesto en pie, con desatino
hacia el lugar del dañador volvía,
y viendo el cuerpo muerto dar en tierra,
pensando que era vivo, con él cierra,
y encima del cadáver arrojado,
de dar la muerte al muerto deseoso,
recio por uno y por el otro lado
hiere y ofende el cuerpo sanguinoso,
hasta tanto que, ya desalentado,
se firma recatado y sospechoso,
y vio a aquel que aferrado así tenía
vueltos los ojos y la cara fría.
Traía la espada en esto Diego Cano
tinta de sangre, y con Picol se junta,
haciendo atrás la rigurosa mano
el pecho le barrena de una punta;
turbado de la muerte el araucano
cayó en tierra, la cara ya difunta,
bascoso, revolviéndose en el lodo
hasta que la alma despidió del todo.
De dos golpes Hernando de Alvarado
dio con el suelto Talco en tierra muerto,
pero fue mal herido por un lado
del gallardo Guacoldo en descubierto;
estuvo el español algo atronado,
mas del atronamiento ya despierto,
corriendo al fuerte bárbaro derecho
la espada le escondió dentro del pecho.


La Araucana - Caupolicán

Es extraordinariamente descriptiva la forma en que detalla el autor los sucesos, que ocurrieron en la guerra de Arauco, a menudo las batallas, las muertes de ambos lados son descritas en forma muy cruda, haciendo trasladarnos imaginariamente hasta aquellos lugares llenos de horror y muerte, impresiona también, la descripción que realiza el autor de  las caracteristicas físicas (prosopografía) y  psicológicas de los personajes mencionados, destacando principalmente la valentía de Españoles y sobre todo de los Araucanos. 

Caupolicán :

Caupolicán aquel asiento,
sin gente, a la ligera, había llegado;
tenía un ojo sin luz de nacimiento
como un fino granate colorado,
pero lo que en la vista le faltaba,
en la fuerza y esfuerzo le sobraba.
Era este noble mozo de alto hecho
varón de autoridad, grave y severo,
amigo de guardar todo derecho,
áspero y riguroso, justiciero;
de cuerpo grande y relevado pecho,
hábil, diestro, fortísimo y ligero,
sabio, astuto, sagaz, determinado,
y en casos de repente reportado.




Yo soy Caupolicán, que el hado mío
por tierra derrocó mi fundamento,
y quien del araucano señorío
tiene el mando absoluto y regimiento.
La paz está en mi mano y albedrío
y el hacer y afirmar cualquier asiento
pues tengo por mi cargo y providencia
toda la tierra en freno y obediencia,
Soy quien mató a Valdivia en Tucapelo,
y quien dejó a Purén desmantelado;
soy el que puso a Penco por el suelo
y el que tantas batallas ha ganado;
pero el revuelto ya contrario cielo,
de vitorias y triunfos rodeado,
me ponen a tus pies a que te pida
por un muy breve término la vida.



Cuando mi causa no sea justa, mira
que el que perdona más es más clemente
y si a venganza la pasión te tira,
pedirte yo la vida es suficiente.
Aplaca el pecho airado, que la ira
es en el poderoso impertinente;
y si en darme la muerte estás ya puesto,
especie de piedad es darla presto.
No pienses que aunque muera aquí a tus manos,
ha de faltar cabeza en el Estado,
que luego habrá otros mil Caupolicanos
mas como yo ninguno desdichado;
y pues conoces ya a los araucanos,
que dellos soy el mínimo soldado,
tentar nueva fortuna error sería
yendo tan cuesta abajo ya la mía.

Hecha la confesión, como lo escribo,
con más rigor y priesa que advertencia,
luego a empalar y asaetearle vivo
fue condenado en pública sentencia.
No la muerte y el término excesivo
causó en su gran semblante diferencia,
que nunca por mudanzas vez alguna
pudo mudarle el rostro la fortuna,
Pero mudóle Dios en un momento,
obrando en él su poderosa mano
pues con lumbre de fe y conocimiento
se quiso baptizar y ser christiano.
Causó lástima y junto gran contento
al circunstante pueblo castellano,
con grande admiración de todas gentes
y espanto de los bárbaros presentes.
Luego aquel triste, aunque felice día,
que con solennidad le baptizaron,
y en lo que el tiempo escaso permitía
en la fe verdadera le informaron,
cercado de una gruesa compañía
de bien armada gente le sacaron
a padecer la muerte consentida,
con esperanza ya de mejor vida.



Descalzo, destocado, a pie, desnudo,
dos pesadas cadenas arrastrando,
con una soga al cuello y grueso ñudo,
de la cual el verdugo iba tirando,
cercado en torno de armas y el menudo
pueblo detrás, mirando y remirando
si era posible aquello que pasaba
que, visto por los ojos, aún dudaba.
Desta manera, pues, llegó al tablado,
que estaba un tiro de arco del asiento
media pica del suelo levantado,
de todas partes a la vista esento;
donde con el esfuerzo acostumbrado,
sin mudanza y señal de sentimiento,
por la escala subió tan desenvuelto
como si de prisiones fuera suelto.
Puesto ya en lo más alto, revolviendo
a un lado y otro la serena frente,
estuvo allí parado un rato viendo
el gran concurso y multitud de gente,
que el increíble caso y estupendo
atónita miraba atentamente,
teniendo a maravilla y gran espanto
haber podido la fortuna tanto.

No el aguzado palo penetrante
por más que las entrañas le rompiese
barrenándole el cuerpo, fue bastante
a que al dolor intenso se rindiese:
que con sereno término y semblante,
sin que labrio ni ceja retorciese,
sosegado quedó de la manera
que si asentado en tálamo estuviera.
En esto, seis flecheros señalados,
que prevenidos para aquello estaban
treinta pasos de trecho, desviados
por orden y de espacio le tiraban;
y aunque en toda maldad ejercitados,
al despedir la flecha vacilaban,
temiendo poner mano en un tal hombre
de tanta autoridad y tan gran nombre.
Mas Fortuna cruel, que ya tenía
tan poco por hacer y tanto hecho,
si tiro alguno avieso allí salía,
forzando el curso le traía derecho
y en breve, sin dejar parte vacía,
de cien flechas quedó pasado el pecho,
por do aquel grande espíritu echó fuera,
que por menos heridas no cupiera.



Paréceme que siento enternecido
al mas cruel y endurecido oyente
deste bárbaro caso referido
al cual, Señor, no estuve yo presente,
que a la nueva conquista había partido
de la remota y nunca vista gente;
que si yo a la sazón allí estuviera,
la cruda ejecución se suspendiera.
Quedó abiertos los ojos y de suerte
que por vivo llegaban a mirarle,
que la amarilla y afeada muerte
no pudo aún puesto allí desfigurarle.
Era el miedo en los bárbaros tan fuerte
que no osaban dejar de respetarle,
ni allí se vio en alguno tal denuedo,
que puesto cerca dél no hubiese miedo.
La voladora fama presurosa
derramó por la tierra en un momento
la no pensada muerte ignominiosa,
causando alteración y movimiento.
Luego la turba, incrédula y dudosa,
con nueva turbación y desatiento
corre con priesa y corazón incierto
a ver si era verdad que fuese muerto.
Era el número tanto que bajaba
del contorno y distrito comarcano,
que en ancha y apiñada rueda estaba
siempre cubierto el espacio llano.
Crédito allí a la vista no se daba
si ya no le tocaban con la mano
y aún tocado, después les parecía
que era cosa de sueño o fantasía.
No la afrentosa muerte impertinente
para temor del pueblo esecutada
ni la falta de un hombre así eminente
(en que nuestra esperanza iba fundada)
amedrentó ni acobardó la gente;
antes de aquella injuria provocada
a la cruel satisfación aspira,
llena de nueva rabia y mayor ira.
Unos con sed rabiosa de venganza
por la afrenta y oprobio recebido,
otros con la codicia y esperanza
del oficio y bastón ya pretendido,
antes que sosegase la tardanza
el ánimo del pueblo removido,
daban calor y fuerzas a la guerra
incitando a furor toda la tierra.