martes, 18 de octubre de 2011

La Araucana (Fragmentos)

La Araucana                 Alonso de Ercilla (fragmentos).




Pues en este distrito demarcado,
por donde su grandeza es manifiesta,
está a treinta y seis grados el Estado
que tanta sangre ajena y propia cuesta;
éste es el fiero pueblo no domado
que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
y aquel que por valor y pura guerra
hace en torno temblar toda la tierra.
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
lo más deste gran término tenía
con tanta fama, crédito y conceto,
que del un polo al otro se estendía,
y puso al español en tal aprieto
cual presto se verá en la carta mía;
veinte leguas contienen sus mojones,
poséenla diez y seis fuertes varones.



De diez y seis caciques y señores
es el soberbio Estado poseído,
en militar estudio los mejores
que de bárbaras madres han nacido;
reparo de su patria y defensores,
ninguno en el gobierno preferido.
Otros caciques hay, mas por valientes
son éstos en mandar los preeminentes.

Por dioses, como dije, eran tenidos
de los indios los nuestros; pero olieron
que de mujer y hombre eran nacidos,
y todas sus flaquezas entendieron.
Viéndolos a miserias sometidos
el error inorante conocieron,
ardiendo en viva rabia avergonzados
por verse de mortales conquistados.
No queriendo a más plazo difirirlo
entrellos comenzó luego a tratarse
que, para en breve tiempo concluirlo
y dar el modo y orden de vengarse,
se junten a consulta a difinirlo,
do venga la sentencia a pronunciarse,
dura, ejemplar, cruel, irrevocable,
horrenda a todo el mundo y espantable.
Iban ya los caciques ocupando
los campos con la gente que marchaba
y no fue menester general bando,
que el deseo de la guerra los llamaba
sin promesas ni pagas, deseando
el esperado tiempo que tardaba,
para el decreto y áspero castigo
con muerte y destruición del enemigo.
De algunos que en la junta se hallaron
es bien que haya memoria de sus nombres,
que siendo incultos bárbaros, ganaron
con no poca razón claros renombres,
pues en tan breve término alcanzaron
grandes vitorias de notables hombres,
que dellas darán fe los que vivieren,
y los muertos allá donde estuvieren.




Tucapel se llamaba aquel primero
que al plazo señalado había venido;
éste fue de cristianos carnicero,
siempre en su enemistad endurecido;
tiene tres mil vasallos el guerrero,
de todos como rey obedecido.
Ongol luego llegó, mozo valiente,
gobierna cuatro mil, lucida gente.
Cayocupil, cacique bullicioso,
no fue el postrero que dejó su tierra,
que allí llegó el tercero, deseoso
de hacer a todo el mundo él solo guerra;
tres mil vasallos tiene este famoso,
usado tras las fieras en la sierra.
Millarapué, aunque viejo, el cuarto vino
que cinco mil gobierna de contino.
Paicabi se juntó aquel mismo día,
tres mil diestros soldados señorea.
No lejos Lemolemo dél venía,
que tiene seis mil hombres de pelea.
Mareguano, Gualemo y Lebopía
se dan priesa a llegar, porque se vea
que quieren ser en todo los primeros;
gobiernan estos tres, tres mil guerreros.
No se tardó en venir, pues, Elicura
que al tiempo y plazo puesto había llegado,
de gran cuerpo, robusto en la hechura,
por uno de los fuertes reputado;
dice que ser sujeto es gran locura
quien seis mil hombres tiene a su mandado.
Luego llegó el anciano Colocolo,
otros tantos y más rige éste solo.
Tras éste a la consulta Ongolmo viene,
que cuatro mil guerreros gobernaba.
Purén en arribar no se detiene,
seis mil súbditos éste administraba.
Pasados de seis mil Lincoya tiene
que bravo y orgulloso ya llegaba,
diestro, gallardo, fiero en el semblante,
de proporción y altura de gigante.
Peteguelén, cacique señalado,
que el gran valle de Arauco le obedece
por natural señor, y así el Estado
este nombre tomó, según parece,
como Venecia, pueblo libertado,
que en todo aquel gobierno más florece,
tomando el nombre dél la señoría,
así guarda el Estado el nombre hoy día.
Éste no se halló personalmente
por estar impedido de cristianos,
pero de seis mil hombres que el valiente
gobierna, naturales araucanos,
acudió desmandada alguna gente
a ver si es menester mandar las manos.
Caupolicán el fuerte no venía,
que toda Pilmayquén le obedecía.
Tomé y Andalicán también vinieron,
que eran del araucano regimiento,
y otros muchos caciques acudieron,
que por no ser prolijo no los cuento.
Todos con leda faz se recibieron,
mostrando en verse juntos gran contento.
Después de razonar en su venida
se comenzó la espléndida comida.



Al tiempo que el beber furioso andaba
y mal de las tinajas el partido,
de palabra en palabra se llegaba
a encenderse entre todos gran ruido;
la razón uno de otro no escuchaba,
sabida la ocasión do había nacido,
vino sobre cuál era el más valiente
y digno del gobierno de la gente.
Así creció el furor, que derribando
las mesas, de manjares ocupadas,
aguijan a las armas, desgajando
las armas al depósito obligadas;
y dellas se aperciben, no cesando
palabras peligrosas y pesadas,
que atizaban la cólera encendida
con el calor del vino y la comida.
El audaz Tucapel claro decía
que el cargo del mandar le pertenece;
pues todo el universo conocía
que si va por valor, que lo merece:
«Ninguno se me iguala en valentía;
de mostrarlo estoy presto si se ofrece
-añade el jatancioso- a quien quisiere;
y a aquel que esta razón contradijere...».
Sin dejarle acabar dijo Elicura:
«A mí es dado el gobierno desta danza,
y el simple que intentare otra locura
ha de probar el hierro de mi lanza».
Ongolmo, que el primero ser procura,
dice: «Yo no he perdido la esperanza
en tanto que este brazo sustentare,
y con él la ferrada gobernare».
De cólera Lincoya y rabia insano
responde: «Tratar deso es devaneo,
que ser señor del mundo es en mi mano,
si en ella libre este bastón poseo».
«Ninguno, dice Angol, será tan vano
que ponga en igualárseme el deseo,
el temor que pasaría,
que la gloria que el hecho le daría».
Cayocupil, furioso y arrogante
la maza esgrime, haciéndose a lo largo,
diciendo: «Yo veré quién es bastante
a dar de lo que ha dicho más descargo;
haceos los pretensores adelante,
veremos de cuál dellos es el cargo;
que de probar aquí luego me ofrezco,
que más que todos juntos lo merezco».
«Alto, sús, que yo acepto el desafío
-responde Lemolemo-, y tengo en nada
poner a prueba lo que es mío,
que más quiero librarlo por la espada;
mostraré ser verdad lo que porfío,
a dos, a cuatro, a seis en la estacada;
y si todos quistión queréis conmigo
os haré manifiesto lo que digo».
Purén, que estaba aparte, habiendo oído
la plática enconosa y rumor grande,
diciendo, en medio dellos se ha metido
que nadie en su presencia se desmande.
Y ¿quién imaginar es atrevido
que donde está Purén más otro mande?
La grita y el furor se multiplica,
quién esgrime la maza, y quién la pica.
Tomé y otros caciques se metieron
en medio destos bárbaros de presto,
y con dificultad los despartieron
que no hicieron poco en hacer esto:
de herirse lugar aun no tuvieron
y en voz airada, ya el temor pospuesto,
Colocolo, el cacique más anciano,
a razón así tomó la mano:
«Caciques del Estado defensores:
codicia de mandar no me convida
a pesarme de veros pretensores
de cosa que a mí tanto era debida
porque, según mi edad, ya veis, señores,
que estoy al otro mundo de partida;
mas el amor que siempre os he mostrado,
a bien aconsejaros me ha incitado.
¿Por qué cargos honrosos pretendemos
y ser en opinión grande tenidos,
pues que negar al mundo no podemos
haber sido sujetos y vencidos?
Y en esto averiguarnos no queremos,
estando de españoles oprimidos:
mejor fuera esa furia ejecutalla
contra el fiero enemigo en la batalla.


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