Lautaro:
Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,
de gran consejo, término y cordura,
manso de condición y hermoso gesto,
ni grande ni pequeño de estatura;
el ánimo en las cosas grandes puesto,
de fuerte trabazón y compostura;
duros los miembros, recios y nervosos,
anchas espaldas, pechos espaciosos.
Por él las fiestas fueron alargadas,
ejercitando siempre nuevos juegos
de saltos, luchas, pruebas nunca usadas,
danzas de noche en torno de los fuegos;
había precios y joyas señaladas,
que nunca los troyanos ni los griegos,
cuando los juegos más continuaron,
tan ricas y estimadas las sacaron.
Cuanto más que, teniéndoos a mi lado
no tengo qué temer ni daño espero;
no os dé un sueño, señora, tal cuidado,
pues no os lo puede dar lo verdadero,
que ya a poner estoy acostumbrado
mi fortuna a mayor despeñadero;
en más peligros que éste me he metido
y dellos con honor siempre he salido».
Ella, menos segura y más llorosa,
del cuello de Lautaro se colgaba
y con piadosos ojos, lastimosa,
boca con boca así le conjuraba:
«Si aquella voluntad pura, amorosa,
que libre os di cuando más libre estaba,
y dello el alto cielo es buen testigo,
algo puede, señor, y dulce amigo;
por ella os juro y por aquel tormento
que sentí cuando vos de mí os partistes
y por la fe, si no la llevo el viento,
que allí con tantas lágrimas me distes,
que a lo menos me deis este contento
(si alguna vez de mí ya lo tuvistes),
y es que os vistáis las armas prestamente
y al muro asista en orden vuestra gente».
Revuelto el manto al brazo, en el instante
con un desnudo estoque y él desnudo,
corre a la puerta el bárbaro arrogante,
que armarse así tan súbito no pudo.
¡Oh pérfida Fortuna!, ¡oh inconstante!
¡cómo llevas tu fin por punto crudo,
que el bien de tantos años, en un punto,
de un golpe lo arrebatas todo junto!
Cuatrocientos amigos comarcanos
por un lado la fuerza acometieron,
que en ayuda y favor de los cristianos
con sus pintados arcos acudieron,
que con estrema fuerza y prestas manos
gran número de tiros despidieron:
del toldo el hijo de Pillán salía
y una flecha a buscarle que venía
por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!,
rompe la cruda punta y tan derecho,
que pasa el corazón más bravo y fuerte
que jamás se encerró en humano pecho;
de tal tiro quedó ufana la muerte,
viendo de un solo golpe tan gran hecho;
y usurpando la gloria al homicida,
se atribuye a la muerte esta herida.
Tanto rigor la aguda flecha trujo
que al bárbaro tendió sobre la arena,
abriendo puerta a un abundante flujo
de negra sangre por copiosa vena;
del rostro la color se le retrujo,
los ojos tuerce y con rabiosa pena
la alma, del mortal cuerpo desatada,
bajó furiosa a la infernal morada.
Ganan los nuestros foso y baluarte,
que nadie los impide ni embaraza,
y así por veinte lados la más parte
pisaba de la fuerza ya la plaza;
los bárbaros con ánimo y sin arte,
sin celada ni escudo y sin coraza
comienzan la batalla peligrosa,
cruda, fiera, reñida y sanguinosa.
Que el joven Corpillán, no desmayado
porque su espada y mano vino a tierra
antes en ira súbita abrasado,
contra la parte del contrario cierra;
y habiendo ya la espada recobrado,
la diestra, que aun bullendo el puño afierra,
lejos con gran desdén y furia lanza,
ofreciendo la izquierda a la venganza.
Flaqueza en Millapol no fue sentida
viéndole atravesado por la ijada
y la cabeza de un revés hendida,
ni por pasalle el pecho una lanzada;
que de espumosa sangre a la salida
vino la media lanza acompañada,
dejando aquel lugar della vacío,
aunque lleno de rabia y nuevo brío:
que a dos manos la maza aprieta fuerte
y con furia mayor la gobernaba:
bien se puede llamar de triste suerte
aquel que el fiero bárbaro alcanzaba;
con la rabia postrera de la muerte
una vez el ferrado leño alzaba,
mas faltóle la vida en aquel punto,
cayendo cuerpo y maza todo junto.
Aunque la muerte en medio del camino
le quebrantó el furor con que venía,
un valiente español a tierra vino
del peso y movimiento que traía,
mas luego puesto en pie, con desatino
hacia el lugar del dañador volvía,
y viendo el cuerpo muerto dar en tierra,
pensando que era vivo, con él cierra,
y encima del cadáver arrojado,
de dar la muerte al muerto deseoso,
recio por uno y por el otro lado
hiere y ofende el cuerpo sanguinoso,
hasta tanto que, ya desalentado,
se firma recatado y sospechoso,
y vio a aquel que aferrado así tenía
vueltos los ojos y la cara fría.
Traía la espada en esto Diego Cano
tinta de sangre, y con Picol se junta,
haciendo atrás la rigurosa mano
el pecho le barrena de una punta;
turbado de la muerte el araucano
cayó en tierra, la cara ya difunta,
bascoso, revolviéndose en el lodo
hasta que la alma despidió del todo.
De dos golpes Hernando de Alvarado
dio con el suelto Talco en tierra muerto,
pero fue mal herido por un lado
del gallardo Guacoldo en descubierto;
estuvo el español algo atronado,
mas del atronamiento ya despierto,
corriendo al fuerte bárbaro derecho
la espada le escondió dentro del pecho.
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