jueves, 8 de septiembre de 2011

Cecilia Meireles

Los aficionados a la literatura carioca recuerdan con profunda admiración la figura de Cecília Meireles por los importantes aportes literarios que realizó en Brasil esta mujer nacida en Río de Janeiro el 7 de noviembre de 1901.
Durante su infancia y juventud, la también profesora y periodista convivió con Jacinta García, su abuela materna, ya que su padre, Carlos Alberto de Carvalho Meireles, había muerto antes de su llegada al mundo y su madre, Matilde Benavides, había corrido la misma suerte cuando ella era apenas una niña de tres años de edad.
Esta realidad que le tocó enfrentar la convirtió en una persona solitaria e introvertida que prefería rodearse de libros antes que vincularse con chicos de su edad. Producto de esta particularidad, con sólo nueve años de vida, quien fuera estudiante de la Escuela Normal de Río y del Conservatorio de Música ya había dado muestras de interés hacia la poesía, un género que le permitió quedar en la historia como la gran poetisa de la lengua portuguesa.
Tras estudiar idiomas, Literatura, Música y Teoría Educacional, Meireles contrajo matrimonio con Fernando Correia Dias, un pintor con el que llegaría a tener tres hijas. En 1940, a cinco años de haber quedado viuda, la autora volvería a apostar por el amor en compañía de un profesor e ingeniero agrónomo llamado Heitor Vinícius da Silveira Grilo.
Aunque siempre es interesante conocer la vida personal de los escritores para humanizarlos y apreciar mejor su legado, ellos no ganan popularidad por lo que ocurre en su intimidad sino por las aptitudes que demuestran sobre un papel. Por ese motivo, resulta imprescindible recordar a Cecilia Meireles como la creadora de títulos como “Espectros”, “Baladas para el rey”, “Crianza, mi amor”, “Viaje”, “Retrato natural” y “Poemas escritos en la India”.
Varias de esas propuestas, además de haber sido traducidas a numerosos idiomas, le permitieron a esta poetisa que falleció en su ciudad natal el 7 de noviembre de 1901 obtener distinciones como el Premio de Poesía Olavio Bilac, el título de Doctora Honoris Causa por la Universidad de Nueva Delhi y el Premio Jabuti, entre otros.

Infancia

Se llevaron las rejas del balcón
desde donde la casa se avistaba.
Las rejas de plata.
Se llevaron la sombra de los limoneros
por donde rodaban arcos de música
y hormigas rojizas.
Se llevaron la casa de verde tejado
con sus grutas de conchas
y sus vitrales de flores empañadas.
Se llevaron a la dama de viejo piano
que tocaba, tocaba, tocaba
la pálida sonata.
Se llevaron los párpados de antiguos sueños,
y dejaron solamente la memoria
y las actuales lágrimas.


Resurrección

No cantes, no cantes, porque vienen de lejos los náufragos,
vienen los presos, los tuertos, los monjes, los oradores,
los suicidas.
Vienen las puertas, de nuevo, y el frío de las piedras,
de las escalinatas,
y, con un ropaje negro, aquellas dos manos antiguas.
Y una vela de móvil llama humeante. Y los libros. Y
las escrituras.
No cantes, no. Porque era la música de tu
voz lo que se oía. Soy una muerta reciente, aún
con lágrimas.
Alguien escupió distraídamente sobre mis pestañas.
Por eso vi que ya era tarde.
Y dejé en mis pies quedarse el sol y andar las moscas.
Y de mis dientes se escurrió una lenta saliva.
No cantes, pues trencé mis cabellos, ahora,
y estoy ante el espejo, y sé bien que ando en fuga.


Retrato

Yo no tenía este rostro de hoy,
tan calmo, tan triste, tan delgado,
ni estos ojos tan vacíos,
ni este labio amargo.
Yo no tenía estas manos sin fuerza,
tan detenidas y frías y muertas;
yo no tenía este corazón
que ni se muestra.
Yo no advertí este cambio,
tan simple, tan cierto, tan fácil:
¿En qué espejo se perdió
mi imagen?
Yo no tenía este rostro de hoy,
tan calmo, tan triste, tan delgado,
ni estos ojos tan vacíos,
ni este labio amargo.
Yo no tenía estas manos sin fuerza,
tan detenidas y frías y muertas;
yo no tenía este corazón
que ni se muestra.
Yo no advertí este cambio,
tan simple, tan cierto, tan fácil:
¿En qué espejo se perdió
mi imagen?


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