Ciudad de Villarrica, 1896 - Menton / Francia, 1963. Poeta. Aunque nacida en Villarrica, desde muy niña vivió en Francia, patria de sus padres, y allí se educó, se casó y se dedicó a la poesía. Regresó veinteañera al Paraguay, donde permaneció algún tiempo. Durante varios años vivió en Madrid y llegó a hacer amistad con conocidos poetas y escritores españoles como Antonio Machado y Eugenio d'Ors. Volvió a Francia y allí residió hasta su muerte.-
En 1933 publicó su primer poemario, totalmente en francés, titulado “Sillages”. Sus versos fueron muy bien acogidos por la crítica francesa pero, por la barrera de la lengua, permanecieron desconocidos en su país natal hasta la década del cincuenta. En 1954, Natalicio González descubrió su obra y dio a conocer su nombre. Posteriormente, en 1985, Alcándara Editora publicó una edición bilingüe (francés-español) de sus poemas bajo el título de “Sillages / Estelas”, con un estudio preliminar, la selección y la traducción al castellano a cargo de Josefina Plá.-
Oh! mi suelo natal, mi tierra guaraní!
Paraguay, que me place haber ido a nacer
En el Guairá, tu centro, aquel amanecer,
Colmado de naranjas y de limas-sutĩ.
Fue allí donde mis ojos, verdes como tus praderas.
No enturbiados aún, fueron de la selva, dueños
Y le han, para siempre, circundado de ensueños
Densos, embriagadores, cual secreto que fuera.
Tierra esmeralda y púrpura, aquí estoy presente!
No olvido, y a tu nombre al pasado me aferro,
Lenta pena me hiere, cual oro de cencerro,
Del Guairá al oír el nombre solamente.
Paraguay, bien lo sabes, tuya soy muy ufana,
Tu marca al rojo vivo en mi seno se estampa,
En el corazón también yo llevo la pampa
Y esa su inmensidad en el mirar de indiana.
Mundo civilizado, no soy tuya, es en vano!
Soledad y quietud, probé de tu reciedumbre,
El alimento potente! el resto es servidumbre,
Y náuseas me da todo el bullicio humano.
Yo procedo de ti, a quien mi alma señala,
Con tus ríos tan lentos, que el secreto perciben
De los bosques salvajes y en vivo cofre reciben.
El subyugante aliento que la virgen selva apuntala.
Es necesario haber visto en noches bochornosas,
Vagabundos tropeles errando en la llanura,
Y tenue en el horizonte, la caravana oscura
De rústicas carretas de marcha recelosa.
Cuyo gemir se aleja y se pierde en el llano
Al lento pisotear, rítmico en sus acordes
De los indolentes bueyes de macizos cogotes,
Que el eje anquilosado lanza cual grito humano.
Es preciso haber sentido aquel ventarrón reacio,
Que aromado de selva, traen los grandes espacios,
Cuyos dedos entreveran de aquel padrillo en el cuello
Esas sus tan rudas crines, doblando el tallo hasta el suelo.
De los enormes "pindós" con verdes franjas llorosas,
Y en las hierbas que brincan y que ondean gozosas
Ajando cabezas de oro del pesado y vasto océano,
Que sonda al revolotear áspero buitre inhumano.
Es preciso haber querido, si la tarde nos invita
Del ocaso al gran festín, ver cómo precipita
Al sol, y lo hunde, ir como el viento veloz
En un tendido galope de dorado fruto en pos;
Entre el polvorear de un mundo minúsculo,
Que la púrpura ennoblece y hunde en el crepúsculo,
Mientras que la meseta se envuelve en leve sudario,
Y todo el campo se torna en un inmenso incensario.
Cuando las aves tan dulces quedan sus voces al árbol
A los nevados arpegios de sus penachos de mármol,
Va uniéndole el crepúsculo de su plumaje de fuego,
Mientras que al eco grave del campo que lo circunda,
El urutaú va gimiendo esas tres notas profundas
Es preciso haber oído, cuando al pasito calmoso
Del caballo que relincha, uno al oscurecer vuelve
Por ese campo florido, que despierta el alborozo
El rítmico latir de corazón que se mueve
Al profético compás del corazón de las cosas,
Y bajo el árbol frondoso que nos da su bienvenida
Percibir a la llegada una muy tierna acogida
Por dedos que curtió la luna de uno que sufre y no osa,
Sino a las cuerdas confiar ese su amargo dolor;
La que tal cambio al sentir queda deslumbrada y gozosa
¡Guitarra que el corazón punza a su debido valor!
Belleza y soledad juntas en tu seno moran,
Perfumado Paraguay, donde las guitarras lloran
Ofrecerme algo podrían que fuera de más valor
Que en tus tan verdes silencios... tu libertad sin clamor?
Si es cierto que se va descalzo... tu suelo se halla sin piedras
Tu tierra, yo me acuerdo, al pie desnudo es suave
Y tu "a buen tiempo" cortés, de lo más fino que cabe,
Del caballo las pezuñas ignoran los clavos viles
Y el muy infamante preso de aquellos hierros serviles.
Es el andar de tus hijas ondulante y flexible,
Impregnada está de gracia y de donaire sutiles
Que su ropaje flotante en un todo acompaña
De pana es el mirar que las guía en la campaña,
Y tus hijos, Paraguay, tus hijos dóciles, suaves,
Que cinco años sin tregua, líricos de heroísmo,
Lucharon por conservarte, hasta que un ciento exangüe,
Quedó en tu suelo libre y aun caliente de sangre,
Y el mundo quedó atónito al ver tanto idealismo…
No tienes obras de arte ni hay puentes sobre tus ríos
El pecho de tus caballos los atraviesa con bríos,
Lo hiende y el tiempo vuela bajo el casco victorioso
Si para una misma meta todos los caminos sirven,
A su antojo cada cual elige su ruta virgen.
Y el suelo aun sin hollar no fue siempre el más hermoso
Libre de humo es tu cielo, que el aire dibuja en color
Y de máquinas sin alma, desconoces el horror.
Paraguayo, tú que a paso vas marchando sin ardor
Y en tu morada te duermes solo entre cielo y lecho
Sin tener sobre tu frente otro rumor que el del techo,
Cuya paja levemente se estremece al par que vuela
Firmamento que de noche estrelló la noctuela;
Donde tan sólo se oye resbalarse gotas,
Que de perlas enjoyaron sus orillas temblorosas
Y el fuerte zumbar del viento, el ave allí extraviada
De tanto surcar espacios, caída allí extenuada
Techo pajizo tan bello para ser visto al revés
Al palpitar de la luz de una candela,
En el que se adivina al cielo tal cual es,
Cuando el titilar de estrellas fraternales vela.
Paraguay, mi belleza, cándido por excelencia,
Tierra de apatía espléndida de indolencia,
¡Oh, mi suelo natal, tú un tesoro posees,
Paraíso de ensueños, porque virgen aun eres!
Esa es tu dicha simple llena de plenitud,
Mis recuerdos obsesan de soledad y quietud.
Refugio de esmeralda do el corazón inquieto
Tornándose en lo que es, se halla y queda quieto!
¡Llanura de horizonte no sedienta como yo!
La que entre el ondear de gramíneas leonadas,
En las que un reír de seda puso el viento y huyó,
Al paso oscuro de un potro, cuya crin el sol doró
Quisiera volver de nuevo, por el azar arrojada,
Soñadora por la senda que de rayos llameó...
Y nuevamente empezar y rehacer la jornada
Del alba en que yo nací, hasta una hora avanzada,
Y despacito, lentamente, como uno del tropel
Si llegada la hora fuera, cual bovino del plantel
Para morir me echaría, yo también cabeza erguida
El corazón ya calmado, libre de culpa sin vida.
¡Oh! mutatriz de esperanza, sumergiríame por entero
Toda en ti, mágica tierra, crisol al par que pudridero...
El llameante silencio de la selva columpiada
Envolveríame toda; me sentiría acunada
Por un murmullo de mar, bajo el muaré y el oro
De oleajes de llanura: "duerme" dirían en coro
Duerme tranquila, hasta el alba bermeja
En la que con voz un susurro asemeja
Te alzaré para ver lo que aun desconoces en todo
Y mi cabeza en el fuerte regazo buscaría acomodo
Esta cabeza mía donde el infinito zumba como una abeja,
Que volando se va y a lo lejos se posa ... Alba bermeja?
Crepúsculo? Ahí ya se duerme el vacío, entonces sin quejas.
Oh, mi suelo natal, mi tierra guaraní,
Paraguay, yo quisiera do nací fenecer
En tu centro, el Guairá, un dulce amanecer
Maduro de naranjas y de limas-sutĩ.
O bien allá de donde vine un día,
Y do vi bajar en calmoso vallecito,
Huidizo tropel de yeguarizos,
reposar en paz me gustaría
Allá, junto a un arroyo cristalino,
Donde los helechos arborescentes,
Mecerían enternecedora mente
De mi reposo el aire vespertino.
A mi alrededor habría el llano
Donde a menudo iba yo errabunda.
Tupido seno de selva profunda,
Con olores y música de antaño.
Y a mi yerto corazón le cantaría
Ella y yo fuimos íntimas amigas
Hallóse en el umbral mismo de la vida
¡Y de mi amor también se acordaría!
Tendré tupido césped insegado;
La semilla traída por el viento
Florecería del corazón sediento,
Ofreciéndole al sol, copón alzado!
Tendré el silencio del soñar cautivo,
Ningún sendero el pie se aferra
Ni sentimiento, ni palabra humana.
Los muertos conocen a los vivos ...
Y para poblar mi soledad sin ruidos
El eco aquel que emocionada oí
Del rudo casco de los yeguarizos,
Cuyo galopar pasa sin mí!
Sin lápida ...
Sin lápida sea mi fosa,
Sin nombre, ni vano signo,
La sombra si gustáis, de un pino,
Fugitiva ... y un agua rumorosa.
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