viernes, 9 de septiembre de 2011

Eunice Odio Boix

Eunice Odio nace el 19 de octubre de 1922 en la ciudad de San José, Costa Rica. Cursa estudios primarios en la escuela Delia U. De Guevara y los de enseñanza secundaria en el Colegio Superior de Señoritas. Complementó sus estudios con extensas lecturas, principalmente en el campo de la poesía moderna. Su inquieta búsqueda de nuevos horizontes la llevó a viajar a Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, Cuba y los Estados Unidos. De regreso al país, a principio de los años cuarenta, sus poemas son leídos en la radio, con el seudónimo de Catalina Mariel. De 1945 a 1947 publica poemas en el Repertorio Americano de Joaquín García Monge, en el periódico La Tribuna y en el periódico Mujer y Hogar.

En 1947 viajó a Guatemala para recoger un premio de poesía, y a dar charlas y conferencias. Finalmente, decide quedarse a vivir en ese país. Allí trabajó en el ministerio de Educación, escribió en revistas y periódicos y después de una larga permanencia, en 1948 adquiere la nacionalidad guatemalteca. Luego, por problemas personales se ve obligada a salir de Guatemala y decide ir a vivir a México, donde reside hasta su muerte, con excepción de dos años y medio que vive en Estados Unidos. En México trabaja en periodismo cultural, como crítica de arte, además realiza traducciones en inglés, escribe y publica cuentos, ensayos, reseñas y narraciones en periódicos especializados de arte y literatura. En 1962 se nacionaliza como mexicana. En 1963 publica una serie de artículos donde se manifiesta en contra del comunismo y de Fidel Castro. Esto le trae el repudio de la izquierda mexicana, lo que constituye un obstáculo en su carrera periodística.

En 1964 empieza a colaborar con la revista venezolana Zona Franca. Muere en la ciudad de México el 23 de marzo de 1974


En 1947 gana el Concurso Centroamericano de Poesía "15 de septiembre", con el libro Los elementos terrestres, el cual es publicado un año después.
En 1953 se le publica en Argentina el libro de poesía Zona en territorio del alba, texto que fue seleccionado por Centroamérica para ser publicado en la colección Brigadas Líricas.
En 1957, envía por correo El tránsito de fuego, para participar en el Certamen de Cultura de El Salvador. Los encargados del concurso no retiraron el envío a tiempo, por consiguiente no fue considerado en la premiación. No obstante, por el mérito indiscutible del poema, se le concedió a su autora, fuera de concurso, el equivalente a la mitad del segundo premio y, lo que es más importante, su publicación.

Obra:


Los elementos terrestres, 1948.
Zona en territorio del alba, 1953.
El rastro de las mariposas, 1970.
Territorio del alba y otros poemas, 1974.
Eunice Odio Antología 1975



Acorde final



Al borde de alegres segadores tiembla el agua,
y ofrece para el orden del labio complacido
dulce rumbo crecido de preñadas mañanas,
y agraria transparencia, dulcemente encendida.

El trigo coronado de apretada espesura,
retiene el desbordado color con que le ordenan
-vecino de la carne- colmarse en primavera.

El ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde dilata el suelo su asombrosa corriente,
y la abeja termina su tránsito de nieve,
y su majada oculta sobre tímidos jaspes.

Y tú, Amado,


que pones rumbo fijo al arado
que circuye la tarde y apresura la rosa,

Dónde tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde la sien desnuda sin regazo ni término.

Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan la uva en que se aloje el vino,
y congregan el clima en que crezca su aroma
y reparta en la lengua manojos de alegría.

Así el verano atiende su reciente hermosura
y sobre el viento solo distribuye sus pájaros.

Así el nácar esparce su quietud y deleite
y su color silvestre reanuda y apacienta.

¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;

Sólo agotar la siembra con el pecho,

Sólo desembocar al gozo y detenerse

Oh piel,

Oh ceniza colmada y balbuciente!





Aprisionada por la espuma

I
Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
sólo veo el día
que entra por tus axilas transparentes
y te desnuda.

Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las dádivas,
los cielos...
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se escribe porque aún no se inventa su
nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).

II

Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.

Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán...

Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.



Preludios

Óyeme esta canción que en mí te nombra
carne para la fruta necesaria.

Cuando la soledad
bajo tu nombre oída y apretada,

Cuando yo era como niño enterrado
a quien llaman por su nombre pasado,
y responde, y no se oye en sí mismo;

Y mi mano en el fondo,
confundida,
tenía ya atisbo, llave, forma mía,

Y se sentía más arriba del pecho y del abrazo
como corona alegre y consumada.

Tú me llamabas a tu nombre,
y vine,
con clara identidad de nacimientos,
con la veraz acostumbrada gracia
con que sueñan su honor las catedrales.

Tú eres ya de día junto a la noche.
Ya soy contigo el día,
y en virtud de la ausencia en que me evoco
miro cómo mi forma me comparte,
cómo respiro en pelo y a mansalva,
por dentro de mi voz y no a lo largo


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